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Dos mujeres afganas caminan frente a la cavidad donde se erigía uno de los budas de Bamiyán, destruidos por los talibanes en 2001. El fracaso político de la coalición liderada por Estados Unidos por establecer un gobierno de corte occidental en el país ha llevado a una nueva talibanización de Afganistán. © Sgt. Ken Scar – 7th Mobile Public Affairs Detachment

Hablando del Sahel, se considera que, retirar o remodelar ahora de forma precipitada las fuerzas militares de la región tal y como se debate en Francia anunciando el posible fin de la Operación Barkhane, lo que afectaría a otras fuerzas europeas, produciría un caos regional que conllevaría, dada la extensión del territorio (del tamaño de Europa occidental) y su débil contexto político, dar facilidades a la entrada en la zona de los yihadistas y la posible sustitución de tales fuerzas por otras, o apoyos, de Rusia y China, e incluso de Irán y Pakistán.

No se quiere pues que el conflicto se enquiste, se «vietnamice» o se convierta en un nuevo Afganistán, con su capital, Kabul, convertida en otro Saigón, tras la marcha de las fuerzas estadounidenses y aliadas, prevista en principio para el 11 de septiembre de 2021, adelantada ahora a mediados de agosto, por orden presidencial (decisión que los Servicios de Inteligencia y el Pentágono no la consideraron oportuna), siguiendo el acuerdo establecido por el anterior presidente, Donald Trump, con los talibanes de retirar las tropas norteamericanas como condición para negociar la paz.

El fracaso de Estados Unidos y la talibanización de Afganistán

Así pues, las fuerzas estadounidenses están saliendo ya de Afganistán (con el resto de tropas internacionales bajo el paraguas de la OTAN, entre ellas las españolas[1]), tras 20 años de presencia en guerra declarada al extremismo islámico, sin saber (aunque se intuye que ya sabían) según los analistas si, tras esa «guerra interminable», impopular en los EEUU, se ha logrado el objetivo de «construir un Estado lo suficientemente sólido como para que no vuelva a transmutarse en una base para el terrorismo internacional y que permita a los afganos vivir en paz»; amenaza más que posible que ya fue alertada por la ONU a través de un informe al caso de su Consejo de Seguridad al conocer la decisión aludida.

Duda que los más pesimistas, entre ellos militares norteamericanos, creen que se convertirá en realidad ante unos talibanes que, libres de la presión armada de los EEUU, están más interesados en la solución militar que en un proceso negociador de paz; razón por la que están dispuestos a volver a sus planteamientos, incluso a la guerra civil; unos talibanes que, sin ejército regular pero sí con unas milicias con mucha experiencia de combate, consideran además que nunca perdieron la guerra contra EEUU, que las fuerzas estadounidenses (regulares) han sido derrotadas, y más cuando, ante la marcha continuada de dichas fuerzas y aliadas, están afirmando que la han ganado; unos talibanes que tienen aún mucha fuerza ya que controlan el país y que, con una mayor libertad de movimientos (al desaparecer todo apoyo aéreo informativo y de guerra), han podido concentrar fuerzas dotadas en la actualidad de armas sofisticadas para ocupar amplias extensiones rurales, apoderarse de varios pasos fronterizos con Irán, Tayikistán, Turkmenistán y Pakistán, conquistar distritos y capitales de provincia. Lo que se ha hecho efectivo en tan solo diez días con su entrada en Kabul (donde previamente se realizaron algunos atentados suicidas; el último contra el ministro de Defensa, que salió ileso, el 4 de agosto), ciudad que, según la opinión de los Servicios de Inteligencia norteamericanos, se suponía que caería en sus manos en dos o tres meses.

Toma bajo su poder del país con la que podrían ser capaces de volver a convertirse en una reserva de yihadistas, constituyendo otra vez una plataforma de promoción del terrorismo (siguen relacionándose con Al Qaeda), que podría resurgir construyendo una nueva base yihadista, teniendo en cuenta que, además, no encontrarán resistencia con la ausencia de las fuerzas extranjeras,

Ausencia que ha puesto de manifiesto la gran cantidad de civiles desplazados huyendo hacia los países vecinos, a Turquía y Europa cruzando el Egeo, así como la reciente (a 4 de julio 2021) a Tayikistán de 1037 soldados del ejército afgano, huyendo en enfrentamiento armado con los talibanes; un ejército muy bajo de moral ante la marcha, tomada como abandono a su suerte, de las tropas de EEUU y aliadas que, en ocasiones, a pesar de sus contraofensivas, se ha rendido sin combatir a los yihadistas ante la precariedad de sus fuerzas, la falta de agua, alimentos y municiones en algunos de sus destacamentos; un ejercito que ha sido formado, instruido, dotado de armas y de medios de combate pero que no ha alcanzado a suprimir su miedo a los talibanes que amenazan a sus familias e implantan el terror asesinando a aquellos civiles que consideran ligados al Gobierno, así como a todos los soldados y policías capturados; un ejercito con mandos corruptos que falseaban datos a los aliados para engordar los apoyos económicos a recibir.

Así pues, a pesar de los llamamientos a la paz por parte de las Naciones Unidas, no hay arreglo político posible por cuanto los muyahidines siguen en pie con sus ideas, y piden, para llegar a un acuerdo, amén de la marcha de todas las fuerzas extranjeras, asesores, formadores, etc., la aplicación en su país de la sharía con todo su rigor fanático lleno de crueldad, en especial hacia las mujeres (lo que ya está provocando un desastre migratorio); ideas que no han sido combatidas desde tiempo atrás como para convencerles de alcanzar una paz concertada para su país y que no van presumiblemente a cambiar ante peticiones foráneas (como aquellas de los EEUU y países de la UE, entre ellos España) de poner fin a su intolerancia.

Soldados norteamericanos embarcan en un helicóptero CH-47 Chinook de regreso al aeródromo militar de Kandahar, 4 de septiembre de 2003. © U.S. Army/Staff Sgt. Kyle Davis.

Unos talibanes (estudiantes de teología islámica) que tomaron el poder en 1996 y que fueron derrocados por EEUU y sus aliados en 2001, y que siguen aspirando a gobernar el país, sin compartir el poder, sujetándole al rigor yihadista; no obstante, aunque emplee el terrorismo como medio, no sigue la idea del «califato global» mantenida por Al Qaeda y el Estado Islámico, aunque reciba ciertos apoyos.

Un ejemplo claro de la incapacidad de todos, tanto estadounidenses como de sus aliados, entre ellos España, para derrotar al yihadismo, a los talibanes en este caso, al no acabar con su fanática ideología.

Un fracaso anunciado, tanto en el terreno político, al no poder en veinte años establecer un Gobierno suficientemente legitimo y representativo (confirmado con la huida del presidente Ashraf Ghani, junto a los señores de la guerra y sus fuerzas) como en el militar al no haber podido acabar con talibanes, objetivo principal de su invasión en octubre de 2001, a pesar de toda su superioridad numérica y tecnológica.

Un fracaso, por tanto, en el frente ideológico, y en el frente estructural a pesar de algunos avances, que han arrastrado al fracaso al frente operativo o militar.

Elementos que llegaron a alarmar al Pentágono ante el imparable regreso de los talibanes al compás del vacío dejado por las fuerzas estadounidenses; vacío que pretende ser ocupado a través de acuerdos con los talibanes por parte de China, interesada en la paz para participar en el desarrollo del país y evitar acciones terroristas uigures en la región china de Xhijang por parte del grupo islamista e independentista, Movimiento Islámico de Turkestán Oriental (EITM)).

Lo que supone, ante lo que era obvio que iba a ocurrir, un fallo escandaloso de los Servicios de inteligencia norteamericanos y/o la existencia de unos intereses económicos que han podido con la realidad previsible, y, asimismo, con lo que está sucediendo, un fracaso para la comunidad internacional que solo está reaccionando con reuniones para tratar de la situación y palabras que consideran «presión internacional», y no con hechos concretos definitorios, salvo el cierre de Embajadas, la marcha de sus nacionales y las evacuaciones de afganos y familias que apoyaron a las fuerzas de intervención, lo que es, en cierto modo, una huida; huida obligada para algunos países por la retirada de la mayor fuerza, la estadounidense.

Además, al margen de lo que justifique EEUU, tampoco se han cubierto los objetivos planteados en una estrategia de desarrollo local, la creación de unas fuerzas de seguridad, policía, y ejército afgano, además de dejar las negociaciones entre el Gobierno afgano y los talibanes estancadas.

Así pues, los EEUU, amén de no derrotarlos, no han conseguido debilitarlos, ni han avanzado cara al establecimiento de un acuerdo de paz, es más, los talibanes señalan que para llegar a él han de salir antes todas las fuerzas extranjeras de su país. Situación que, ante el incremento de los ataques terroristas talibanes y de otros «incidentes» terroristas que niegan, lleva a los EEUU y aliados, ante los escasos logros alcanzados en el país, al punto de partida.

Y en ese ambiente, “los talibanes y el Gobierno se acusan mutuamente de bloquear las conversaciones de Doha, con las que EEUU intentaba llegar a un arreglo político antes de la retirada de sus tropas”. Una retirada que deja abandonado a un débil ejército afgano, al que se entregan unas bases militares vacías, sin capacidad para resolver el problema creado con el vacío de poder consecuente.

¿Lecciones aprendidas?

Ante tal situación y las previsiones consideradas parece que se hará firme la máxima de “Afganistán, cementerio de imperios” y el dicho talibán de “vosotros [los norteamericanos y aliados] tenéis los relojes, [nosotros] tenemos el tiempo”; tiempo para persistir en la guerra.

De forma similar, en el caso del Sahel, por cuanto hay cierta semejanza de condiciones, se correría el riesgo, según algunos analistas, “de empantanamiento [de las fuerzas francesas] en una guerra en la que nadie sabe definir con exactitud que representaría una victoria”; de ahí, para evitarlo, el plan del presidente Macron (presentado sin consultar a sus socios europeos e internacionales, incluido el G7 y la OTAN) de efectuar una transformación profunda de la presencia militar francesa en el Sahel “[europeizando] la presencia [militar] internacional y [reforzando] las responsabilidades de las fuerzas de los Estados de la región” (militarización de otra forma del Sahel); plan que lleva a que la Operación Barkhane (ante el desgaste y el cansancio sufrido y la desconfianza hacia Mali y Burkina, partidarios, según se dice, de una negociación con los yihadistas), finalice en su forma actual y sea sustituida, a lo largo de varios años, por la acción de una fuerza conjunta compuesta por unidades de operaciones especiales de varios países europeos bajo liderazgo francés; asunto que habría sido posiblemente planteado en la próxima cumbre de la OTAN del 14 de junio en Bruselas.

Sea como fuere hay que ser plenamente consciente del precio que se va a pagar con el establecimiento en Afganistán de un Emirato Islámico, cubriendo una parte importante del mapa del califato global, y la influencia que ello puede ejercer sobre todos los yihadistas exacerbando su agresividad antioccidental.

[1] El 13 de mayo llegaron a España los últimos soldados españoles procedentes de Afganistán. Finaliza así la misión más larga del Ejercito español en el exterior. Por dicho país han pasado desde hace 19 años 27.000 efectivos (su mayor despliegue en el 2010 con 1.549); misión que ha sufrido 79 ataques e incidentes armados, con 100 militares, 2 policías y 2 traductores fallecidos. España se hizo cargo de la localidad de Harat, al oeste del país, y del equipo de reconstrucción nacional en la cercana Qala-Naw, donde estableció una base.

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